La infancia espiritual
Pureza.
Si
queremos ser como niños, debemos ser puros de cuerpo y mente, puesto
que los niños son puros, y quien es casto y puro tiene la inocencia de
los niños en el corazón, y es grato a Dios.
La
castidad da pureza a los sentidos y así se ve a Dios y las cosas de
Dios con mayor claridad, pues como ha dicho el Señor en el Evangelio:
son felices los puros de corazón porque verán a Dios.
En
este mundo que ya desde la más tierna infancia trata de corromper a los
niños, y a las almas de los que son como niños, pongamos un dique a
tanta vorágine de corrupción e impureza, siendo como niños, castos en
las miradas y en las palabras y pensamientos, que nuestro premio será
grande, grandísimo, pues entenderemos mejor las cosas de Dios, y el
Señor será nuestro amigo confidente, ya que a Jesús le gusta rodearse de
los puros de corazón.
Pero
aunque no tengamos nuestra pureza original, tratemos de volvernos puros
a fuerza de penitencias, oraciones, sacrificios y con la ayuda de Dios,
porque vale la pena mirar todo como lo mira Dios, con pureza y
castidad, y ser amados por Dios con predilección.
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