El Purgatorio existe.
Es
un artículo de fe que las almas de los que mueren con alguna culpa
venial, o sin haber satisfecho plenamente a la Justicia divina por los
pecados ya perdonados, están detenidas en un lugar de expiación que
llamamos Purgatorio. Así lo enseña la santa Madre Iglesia, columna
infalible de la verdad: así lo confirma la más antigua y constante
tradición de todos los siglos; así lo aseguran unánimemente los santos
Padres griegos y latinos, Tertuliano, San Cirilo, San Cipriano, San Juan
Crisóstomo, San Ambrosio, San Agustín, y tantos otros; así lo han
definido los sagrados Concilios de Roma, de Cartago, de Florencia, de
Letrán y de Trento, dirigidos por el Espíritu Santo. Y aunque la Iglesia
no lo enseñase así ¿no lo dice bastante la razón natural?
Supongamos
que sale de este mundo un alma con algún pecado venial; ¿qué hará Dios
de ella? ¿La arrojará al infierno, y siendo su hija y esposa amadísima
la confundirá con los réprobos y espíritus infernales? Eso repugna a la
Justicia y Bondad divinas. ¿La introducirá en el cielo? Eso se opone
igualmente a la santidad y pureza infinita del Creador; pues sólo aquel
cuyas manos son inocentes, y cuyo corazón está limpio, subirá al monte
del Señor. Nada manchado puede entrar en aquel reino purísimo. ¿Qué
hará, pues, Dios de aquella alma? Ya nos lo dice por Malaquías: La
pondré como en un crisol, esto es, en un lugar de penas y tormentos, de
donde no saldrá hasta que haya plenamente satisfecho a la Justicia
divina.
¿Crees
tú esto, cristiano? Creas o no creas, te burles o no te burles de ello,
la cosa es, y será así. Negar el Purgatorio, sólo poner en duda
deliberadamente su existencia, es ya pecado grave. ¿Crees tú esta
verdad, y con esa indiferencia miras tan horribles penas? ¿Crees en el
Purgatorio, y con tus culpas sigues amontonando leña para arder en el
más terrible fuego?
(De la Novena de Ánimas)
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