«Ustedes han oído decir: amarás a
tu prójimo y odiaras a tu enemigo…» En efecto la Ley, exigía el amor al
prójimo y daba la libertad de odiar al enemigo. La fe prescribe amar a
sus enemigos. Por el sentimiento universal de la caridad, la fe rompe
los movimientos de violencia que están en el espíritu del hombre, no
solamente impidiendo que la cólera busque la venganza, sino también
apaciguándola hasta hacernos amar al que está equivocado. Amar a quién
nos ama es de paganos, todo el mundo manifiesta afecto por quienes nos
lo expresan. Cristo nos llama entonces a vivir como hijos de Dios, y a
imitar Aquél que, por la venida de Cristo, otorga tanto a los buenos
como a los culpables el sol y la lluvia en los sacramentos del bautismo y
del Espíritu. De ese modo nos forma a la vida perfecta por ese vínculo
de bondad hacia todos, llamándonos a imitar un Padre en el cielo que es
perfecto.
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