Evangelio del día.
jueves 12/JUL/18.
Mt 10, 7-15.
La paz, signo de Dios.
Jesús
envió a sus doce apóstoles, diciéndoles: Por el camino, proclamen que
el reino de los cielos está cerca. Sanen a los enfermos, resuciten a los
muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes
han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima
oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas,
ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento. Cuando
entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona
respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al
entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo
merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa
paz vuelva a ustedes. Y si no los reciben ni quieren escuchar sus
palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de
sus pies. Les aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán
tratadas menos rigurosamente que esa ciudad.
Reflexión:
Los
apóstoles, al entrar en una casa, debían saludar invocando la paz sobre
ella. Y es que la paz es el signo cierto de la presencia de Dios. Jesús
es el Príncipe de la Paz. En cambio donde está el demonio siempre hay
odio, guerra, perturbaciones, etc. Esta es una regla para descubrir si
es Dios el que está actuando en nuestra alma o es el enemigo. Si
sentimos paz, es Dios; si sentimos inquietud o perturbación, es el
demonio. Porque el enemigo trata de hacernos pecar, pero si no lo logra,
intenta hacernos perder la paz y la serenidad. Por eso seamos astutos y
no nos dejemos engañar por esto, sino que cuando vemos que un
pensamiento nos intranquiliza o perturba, desechémoslo inmediatamente y
acudamos a Jesús y a María con una sencilla oración o jaculatoria para
que nos ayuden a rechazar esos ataques.
Pidamos
a la Santísima Virgen la gracia de cuidar y alimentar nuestra paz
interior y no dejárnosla arrebatar por el tentador, que quiere llevarnos
a la desconfianza y a la desesperación.
Jesús, María, os amo, salvad las almas.
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