No esperemos a Cuaresma.
No esperemos a Cuaresma para hacer sacrificios por la salvación de las almas, pues en todo tiempo hacen falta ofrecimientos y pequeños sacrificios para redimir a los hombres.
Recordemos que cada pequeño sacrificio que hacemos, obtenemos un bien para las almas, y también para los cuerpos, porque por ejemplo si nos privamos de comer un postre, tal vez un pobre, en alguna parte, reciba un pan.
Y así debemos ver nuestros sacrificios, como medios de socorrer las necesidades de los hermanos.
Una palabra de ira que no dejamos que salga de nuestros labios, puede obtener que en alguna parte se evite un homicidio.
Dios tiene en cuenta nuestros vencimientos, porque los hombres estamos unidos por la Comunión de los Santos y toda la humanidad es solidaria, es decir, forma una sola cosa. De modo que si uno peca, ese pecado afecta a todos; y si uno se santifica, ese bien beneficia a todos.
Hagamos pequeños sacrificios. Hay tantas cosas mínimas que podemos hacer cada día, y muchas veces por día, que por ser mínimas no nos vendrá ninguna soberbia en hacerlas, pero sin embargo llevaremos muchos beneficios a los hermanos cercanos o lejanos, y que quizás sólo en la otra vida conoceremos hasta dónde llegó el bien que hicimos con nuestras renuncias.
Dios perdona mucho, por el ofrecimiento de unos pocos. Porque Dios es infinitamente generoso, y sabe multiplicar nuestros pequeños vencimientos y premiarlos con cosas grandes.
De modo que no esperemos a Cuaresma para hacer sacrificios, sino hoy mismo comencemos a hacerlos.
Por ejemplo, tenemos mucha sed, sirvámonos un vaso de agua y no lo bebamos enseguida, sino esperemos un minuto por amor a Dios y a los hermanos, y ofrezcamos ese padecimiento por las almas. Quizás un hermano, en alguna parte, reciba un vaso de agua, calme su sed material o espiritual.
¿Queremos ver con curiosidad una vidriera? Pasemos por allí sin mirar, y entonces alguien, en alguna parte, recibirá un don, encontrará el bien. Y así en todo. Obremos por amor a Dios y a los hombres, y entonces seremos felices ya en este mundo, porque aunque no salgamos a misionar al África, igualmente seremos grandes misioneros, sin siquiera salir de nuestra casa.
Hagamos así y veremos los maravillosos frutos de esta práctica, que no es nueva, pero que al verla desde esta óptica, dan ganas de llevarla a cabo.
Recordemos que cada pequeño sacrificio que hacemos, obtenemos un bien para las almas, y también para los cuerpos, porque por ejemplo si nos privamos de comer un postre, tal vez un pobre, en alguna parte, reciba un pan.
Y así debemos ver nuestros sacrificios, como medios de socorrer las necesidades de los hermanos.
Una palabra de ira que no dejamos que salga de nuestros labios, puede obtener que en alguna parte se evite un homicidio.
Dios tiene en cuenta nuestros vencimientos, porque los hombres estamos unidos por la Comunión de los Santos y toda la humanidad es solidaria, es decir, forma una sola cosa. De modo que si uno peca, ese pecado afecta a todos; y si uno se santifica, ese bien beneficia a todos.
Hagamos pequeños sacrificios. Hay tantas cosas mínimas que podemos hacer cada día, y muchas veces por día, que por ser mínimas no nos vendrá ninguna soberbia en hacerlas, pero sin embargo llevaremos muchos beneficios a los hermanos cercanos o lejanos, y que quizás sólo en la otra vida conoceremos hasta dónde llegó el bien que hicimos con nuestras renuncias.
Dios perdona mucho, por el ofrecimiento de unos pocos. Porque Dios es infinitamente generoso, y sabe multiplicar nuestros pequeños vencimientos y premiarlos con cosas grandes.
De modo que no esperemos a Cuaresma para hacer sacrificios, sino hoy mismo comencemos a hacerlos.
Por ejemplo, tenemos mucha sed, sirvámonos un vaso de agua y no lo bebamos enseguida, sino esperemos un minuto por amor a Dios y a los hermanos, y ofrezcamos ese padecimiento por las almas. Quizás un hermano, en alguna parte, reciba un vaso de agua, calme su sed material o espiritual.
¿Queremos ver con curiosidad una vidriera? Pasemos por allí sin mirar, y entonces alguien, en alguna parte, recibirá un don, encontrará el bien. Y así en todo. Obremos por amor a Dios y a los hombres, y entonces seremos felices ya en este mundo, porque aunque no salgamos a misionar al África, igualmente seremos grandes misioneros, sin siquiera salir de nuestra casa.
Hagamos así y veremos los maravillosos frutos de esta práctica, que no es nueva, pero que al verla desde esta óptica, dan ganas de llevarla a cabo.
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