Lectura espiritual
Carta a un sacerdote.
13 de enero de 1968
Rvdo. P. Luis Larrauri, C. SS. R.
Reverendo Padre:
Necesito escribirle. No puedo callar.
¿Por qué...?
¡Porque de la abundancia del corazón, habla la lengua! Y es tanta la gratitud que debo a la Virgen Santísima, que no puedo represar mis sentimientos y tengo como una necesidad imperiosa de contar, de proclamar, de exaltar las bondades de la Virgen María.
¿Que qué le debo?
Pues todo...
Estuve en peligros de muerte, y me salvó.
Deseaba luces para mis estudios, y me las concedió.
Anduve al margen de la Ley de Dios, y me sacó del extravío, mediante la gracia extraordinaria eficaz de la conversión.
¿Y sabe, Padre, cómo y por qué conseguí todo esto?
Porque desde niño y todos los días –¡aun en los días “malos”!– la invoqué rezando las tres Avemarías, con las que le recordaba el gran poder, sabiduría y amor que le concedieron el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo...
Tengo la firme convicción –formada a fuerza de experiencia personal y observación de lo ocurrido a otros– de que esta práctica de piedad diaria libra del mal... Aparta de la impureza, consuela en el dolor, alienta en las tribulaciones, ayuda en las necesidades, convierte al pecador, mejora incluso a los justos.
¡Por esto mis ganas de gritar a todas las gentes: “Para vuestro bien, no descuidéis ningún día el rezo de las tres Avemarías”!...
Besa su mano.
Vicente-Jesús de España.
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